Desde hace más de un mes, precisado por mi reintegración como profesor a la Universidad de Puerto Rico, he regresado al espacio social que conozco y he disfrutado por décadas. Preparo mi mochila, camino hasta el tren, me apeo en la estación Universidad y, luego, me traslado de un sitio a otro según la necesidad y el gusto, hasta que rehago, en orden inverso, el camino. En estas semanas he recuperado una sensación: la de ser libre, la de desplazarme con mis propias piernas, la de recobrar la experiencia del sol o la belleza de los cielos, la de utilizar el olfato para sospechar la aproximación del aguacero. He vuelto, pues, al espacio público, al lugar de todos a pesar de las aceras rotas, sin negocios, sin sombra. Los años me han demostrado, sin embargo, que este es el lugar al que me siento pertenecer más y, quizás sea, el único que verdaderamente me es propio.
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