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Recibo noticias del entierro del sacerdote y poeta Ernesto Cardenal y solo puedo sentir vergüenza ajena. Turbas de seguidores de Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo, presidente y vicepresidenta de Nicaragua, asediaron el ataúd del poeta mientras se celebraba, en la catedral de Managua, una misa de cuerpo presente. El nuncio Waldemar Stanislaw Sommertag tuvo que intervenir para apaciguar a los manifestantes, quienes le vociferaban ¡traidor! al cadáver insepulto del gran poeta nicaragüense. A la salida de la catedral, los deudos, amigos y admiradores de Cardenal recibieron más vituperios y hasta agresiones físicas, siendo algunos periodistas atacados y la famosa novelista Gioconda Belli insultada y empujada.
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