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La espera ha terminado. Luego de ser utilería patética en los despachos de los detectives de poca monta y sufrir el ninguneo de la aristocracia tropical, podemos decir que -al fin- el abanico eléctrico ha entrado en su fase de nobleza. En menos de una semana, el abanico de pedestal ascendió de clase, alcurnia y estilo; de ser un aparato de épica plebeya y con un aura asmática, pasó a convertirse en un artículo de élite y prosapia. Ya fuera de plástico, de metal o de toque industrial, el llamado ventilador siempre tuvo una aerodinámica estancada y carcelaria (aspas condenadas a cadena perpetua). Y, de pronto, -sin que cambiara su diseño- el abanico de piso adquirió un aire de casta.
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