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Que nos traten de finca adquirida como botín de guerra por lo dispuesto en el Tratado de París que en 1898 finalizó la Guerra Hispanoamericana, cae como purgante a cualquiera que posea conciencia de dignidad. Aceptarlo mansamente es vivir deshumanizado como “arrimao” dependiente de lo que disponga el dueño de la finca; algo así como el “quedao” en casa de sus padres que nunca estudió para una carrera profesional u oficio que le permitiera establecerse por cuenta propia.
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