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Ángel Otero lo tiene clarísimo, aspira a la ambigüedad y a retratar emociones en su nueva muestra “Swimming Where Time Was”, que abrió el 10 de noviembre en la galería Hauser & Wirth en Nueva York. El artista plástico puertorriqueño trabajó ocho lienzos en los que evoca sensaciones con su habitual técnica de pintura al óleo que involucra trazos sobre cristal, raspado y luego la creación de una nueva imagen en el lienzo con esas capas de pintura que llama “skins”.
Cuando pintaba “Concerto”, optó por una imagen figurativa en la que conviven el presente, representado por el antiguo piano en “la iglesia” donde pinta, así como el pasado al que nos llevan el caldero de arroz, la caja de dientes y la losa criolla. ¿Si se sentara a tocar el piano, cómo se sentiría la compañía de las personas representadas? Otero va en busca de lo inefable.
“Hay una mezcla de cosas”, explica el artista desde Brooklyn, “tenemos un trampolín basado en una memoria específica, ya sea un objeto como la losa criolla, y de ahí yo brinco a abrir ciertas ventanas y puertas hacia qué es lo que está pasando en esta imagen y poco a poco voy construyendo ideas. Puedo estar sentado al piano y esta persona estar aquí, la otra allá. Todo lo que hago sale de quien soy”.
El artista está deseoso de que el público vea sus nuevas piezas abstractas y figurativas. “Estoy contento, los cuadros están arriba y se siente súper bien”, confiesa Otero, criado entre Santurce y Bayamón.
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“No estoy lejos de estar caminando en las mismas aguas, trabajo de una manera bien orgánica, intuitiva, impulsiva, aquí no hay un grupo de obras que están 100% premeditadas y yo las ejecuto como lo pensé y si no están como me las imaginé no van para ningún lado. En mi proceso creativo en el estudio trabajo con las ideas que quiero, pero siempre hay una ventana abierta a errores que se convierten en ideas, exploraciones que se convierten en posibilidades, a eso me refiero, y no solamente con los materiales si no también con la temática, con el contenido”.
Volvamos a “la iglesia” donde pinta. Otero buscaba un espacio alterno a su estudio en Bushwick, en Brooklyn, y encontró el lugar ideal en una abandonada iglesia en ladrillo que data del 1867, ubicada en Malden on Houston, en Upstate New York. La compró en febrero del 2020 y no imaginó que pasaría ahí la pandemia, encerrado en su nave central, pintando al cobijo de la luz que atravesaba las ventanas de cristal. Entonces pasó.
“Retomé temas y estilos que hace diez años no pintaba, que solté, en mi opinión, demasiado pronto. Empecé a trabajarlos de nuevo, a entenderlos, y hay cierto realismo mágico, pero sin lo fantástico”, dice aludiendo al retorno de la lluvia de peces goldfish en su obra o a las algas marinas que crecen en lienzos como “Mi acuario”.
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DE ARTISTAS E INDUSTRIAS
Otero sorprendió al mundo del arte con su técnica cuando en el 2004 comenzó a estudiar en School of the Art Institute en Chicago, pero ha visto suficiente como para saber que el arte y su industria no son lo mismo.
“Basado en muchas experiencias que he tenido, buenas e incómodas, poco a poco tú vas aprendiendo cuándo cerrar la puerta del estudio y hacer las cosas que uno quiere con cierta honestidad. El mundo del arte es algo real, es parte de mi campo, ha existido hace cuchocientos años y mientras pasa el tiempo se ha vuelto más agresivo en muchos aspectos y ha habido momentos en que ha afectado a artistas increíbles. Creo que el matrimonio del arte y el mundo del arte hay que caminarlo con mucha cautela”, subraya.
Esta exposición le permite entender más, conocerse mejor como creador.
“No trato de darle pensamiento a dónde estoy o dónde estaba, pero de la Iupi (Universidad de Puerto Rico) a hoy día, ha habido un crecimiento en mi carrera. Mi arte ha podido llegar a una escala institucional y de colecciones internacionales y nítido, bravo por eso, pero no es solamente eso; he tenido la oportunidad de exponer internacionalmente y de llegar a más gente de lo que alguna vez soñé”, menciona Otero.
“Uno va madurando también como artista creativamente, las cosas empiezan a tener más sentido, no es que lo conozca todo, para nada, y tampoco lo quiero conocer todo, me gusta mantenerme en esa línea de lo desconocido y la sorpresa. Lo que era mi botecito navegando en esto lo he puesto más sólido, no sé si más grande, pero más estable y me siento más seguro en muchos aspectos”, confiesa tras comparar el mundo del arte con un caudaloso río.
El artista está listo para intentarlo otra vez en el estudio, para encontrar otra forma de narrar nuevas imágenes detonadas por la memoria. Las campanas de su iglesia ya lo llaman.
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