Dos o tres horas antes del comienzo de su residencia de 30 conciertos en San Juan el pasado 11 de julio, Benito Antonio Martínez Ocasio, el artista conocido como Bad Bunny, entró a sus redes sociales. Allí, vio cosas que lo estremecieron: todo Puerto Rico, incluyendo programas y espacios que normalmente no se ocupan de estos temas, estaban hablando de la histórica gesta que, con él como protagonista principal, estaba a punto de producirse en la capital puertorriqueña.
Sintió, por primera vez en ese instante, todo el peso del momento haciéndole presión desde arriba hacia abajo. “De momento, se me eriza la piel, yo sentí como que esto es así de grande. Sentí de momento, un peso. Veía a la gente alegre y como que, en serio, en el día de hoy, la felicidad de Puerto Rico depende de mí. Y sin ego alguno. No lo miraba de una manera egoísta. Era como si tuviera responsabilidad y un peso, pero yo decía: ‘Yo soy solo un humano’”, recuerda el artista.
En pocos días, había vendido cerca de medio millón de boletos. Gente de incontables países vendría específicamente a ver a Bad Bunny. Se había estimado una inyección multimillonaria a la economía. El planeta hablaba de Puerto Rico. Los conciertos aquí siempre le ponían una presión adicional (“yo puedo defraudar el que sea en otro lugar, pero aquí no puedo defraudar a los míos, ni a mí mismo”, dice). Y Benito Antonio, el joven de 31 años en medio de todo el revuelo, experimentó, en ese momento crítico, la más elemental de las emociones humanas: tuvo miedo simplemente de que algo saliera mal.
“Yo nunca tengo en mi mente fallar. Pero de momento empecé a hablar solo como si estuviera hablando con la gente, de si algo sale mal… y recuerdo que empecé a llorar”, rememora.

El enorme momento, reconoce, lo superó. Su madre, de la que él habla con frecuencia, pero que, celoso de sus espacios personales, no la ha presentado nunca públicamente, estaba con él. Lo abrazó. Bad Bunny describe el momento como cuando un teléfono sin carga es conectado al receptáculo; la energía, el enfoque, la voluntad, comenzaron a recuperarse en el acto.
“Abracé a mi mamá. Un abrazo como de cinco minutos. Y eso fue como cuando te queda 1% y empieza a subir. Me dijo muchas palabras bonitas. Simplemente, nos abrazamos. Y ya después de eso, como que cargué, entendí y dije ‘ok, ya sé lo que es’, vamos a hacerlo”, reflexiona.
La anécdota, contada por Benito Antonio en entrevista exclusiva con El Nuevo Día previo a su última función de la residencia, ilustra los vaivenes en los que se mueve la carrera del artista musical más exitoso a nivel global en este momento: por un lado, están las gestas artísticas sin precedentes, como la residencia que terminó siendo de 31 conciertos, los récords en nominaciones para distintos premios, giras mundiales, películas, mucho más. Y, por el otro, ante el peso que tamaña fama pone en los pesos de un muchacho que, al final del día, sigue teniendo solo 31 años, recurre, para reencontrarse, a lo más básico, al origen, a la madre.
A la raíz.
Así ha sido, desde siempre, la carrera de Bad Bunny. Él es un ícono global de la música pop, el fenómeno musical puertorriqueño más grande desde Ricky Martin. Pero para su familia, y el círculo de amigos de antes de ser famoso con el que se continúa rodeando, sigue siendo Benito Antonio, el de Almirante, en Vega Baja. Ellos son el Hilo de Ariadna que lo ha ayudado a reencontrarse con su esencia cuando la fama, que, como la guerra, es un monstruo grande y pisa fuerte, han amenazado con aturdirlo.
Bad Bunny está a un nivel de fama en el que pueden temerse cosas como a otros megafamosos que se vuelven excéntricos, erráticos, extravagantes. Michael Jackson, Britney Spears, Justin Bieber, gente así. Al principio de sus éxitos, dice, anduvo cerca de esas planicies, un tiempo, no muy largo, pero que no recuerda con agrado.
“Me llegó a pasar, pero no me fui del todo”, dice.
“Yo recibí este cambio drástico a los 22 años. Empecé a ver el mundo, como dicen, a viajar, a ver dinero, a ver lujo, cosas. Y hubo un momento en el que yo no estaba presente aquí… yo me desconecté hasta de cosas que me gustaban, como el boxeo. Fue como un momento en el que me fui, me olvidé de todo… no estaba siendo feliz con todo el éxito que estaba teniendo en ese momento, cumpliendo sueños, viajando y no me lo estaba disfrutando. Mucha gente que quería no estaba cerca de mí, no estaba compartiendo con mi familia lo que debería haber compartido. En cuestión de mi visión musical y artística, no estaba donde quería que estuviera. Fueron muchas cosas que ya pasaron y que se pudieron superar”, cuenta.
“Ya puedo decir con certeza, gracias a Dios, que no creo que exista un tornado de algo que me haga cambiar y que me haga crecerme y creerme”, sostiene.
Benito Antonio dice que ha logrado mantenerse centrado en su carrera porque a la gente cerca a él, incluyendo su familia directa y extendida, “no están peliculeando”, según sus palabras. “Mi familia se mantiene igual. Mis padres se mantienen igual. Mi familia externa también. Primo, prima, todo el mundo, cada vez que yo los veo, me hacen sentir tan bien. No me tratan diferente. Me tratan igual. Yo veo a mis tías y me tratan de la misma manera. Benito Antonio, Dios te bendiga, toma, llévate esto”, afirma.
Benito creció en el barrio Almirante, de Vega Baja. Su mamá es maestra y su papá camionero. Del rigor obrero, asalariado, clasemediero, en la que se formó, obtuvo, dice, la responsabilidad, la disciplina y la visión de mundo con las que lleva una de las carreras artísticas más exitosas de las últimas décadas.
“Mi mamá, mi papá, nunca fueron personas de enseñarme arrogancia. Al contrario. Muchas cualidades en la disciplina de lo que hago lo aprendí en casa. Ser responsable, ser disciplinado. Mis padres no eran los más estrictos. Pero, por ejemplo, a mi mamá nunca la vi llegar tarde al trabajo. Yo la vi siempre puntual. Y eso yo lo aprendí. Mi papá siempre, si había un señor que necesitaba que le arreglaran algo, él iba y lo arreglaba. Mi papá era de los que si yo tenía tres pares de tenis y había un chamaquito en el barrio que le faltaban, él se los daba. Yo en ese momento no entendía y ahora de grande, wow. Eso también me ayudó”, dice.
El sueño
La residencia -31 conciertos, en el Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot, durante once fines de semana-, es algo que nunca se había visto en Puerto Rico. La serie de conciertos terminó este sábado, con otro lleno total. Fue una función extra titulada “Una más”, añadida durante la pasada semana al concluir los 30 shows originales.
Pero Bad Bunny piensa que la oportunidad siempre estuvo ahí y que él simplemente fue el primero en aprovecharla. Él y su manejador, Noah Assad, lo habían contemplado “como algo a futuro, como una fantasía, como un deseo”. Pero, “y la idea se convirtió de una idea futura, una idea inmediata, cuando de momento todo estaba alineado”.
“Daddy Yankee hizo 12 conciertos (en 2019). Él lo pudo haber hecho en forma de residencia, anunciar 12, 30, de cantazo,y que el mundo llegara. Ricky Martin puede hacerlo el día que quiera. Chayanne, El Gran Combo. Hay tantos artistas del género urbano y de todos los géneros, que pudieran hacer una residencia en Puerto Rico. Y no tiene que ser en el Choliseo”, sostiene Benito Antonio.
En la entrevista, Bad Bunny se reveló como un cuentero, es decir, una persona a la que le gusta hacer historias. Habla mucho, pero no solo, sino que pone sus intensos ojos negros en sus interlocutores y los invita a vincularse. Pero le faltaron palabras para expresar todos los significados que tuvieron para él 31 noches cantando y bailando entre cerca de 15,000 fans por noche.
" Yo siento que estoy en mi casa o en casa de alguien, pero yo estoy llevando la fiesta con ayuda de la energía de la gente, porque ahí la gente se mete", sostiene Bad Bunny. Al principio del espectáculo, desde la montaña, apenas interactúa con el público. “Es como una fantasía. Pero después, cuando voy a la casita, es como si bajara pa’l barrio”, agrega.
La residencia tiene dos protagonistas: Bad Bunny y Puerto Rico. Toda la estética, el montaje, los vestuarios, los mensajes, el aura, todo tiene el propósito de resaltar la idea de Puerto Rico en la conciencia colectiva, de sus fanáticos, que son jóvenes.
Bad Bunny puso a la generación de la crisis, de la bancarrota, de la emigración masiva, a mirar de vuelta a Puerto Rico y a interesarse por su origen y sus tradiciones. Lo hizo en su último disco - “DeBÍ TiRAR MáS FOToS” - y en la residencia, que tiene un título, “No me quiero ir de aquí”, extraordinariamente significativo en un país que ha perdido el 18% de su población en 20 años y que algunos de sus lugares y comunidades más valiosas son objeto de un proceso de desplazamiento.
A Bad Bunny, no le da mucho trabajo explicar por qué convirtió a Puerto Rico en el centro de su propuesta artística: es, básicamente, lo natural, lo inevitable para él, que desde que se conoce ha exhibido un patriotismo prácticamente instintivo. De niño, asegura, decía que nunca quería salir de Puerto Rico. En todo lo que ha hecho artísticamente, le ha integrado elementos relacionados a la cultura y las tradiciones puertorriqueñas. Decidió, conscientemente, presentarse ante el mundo en el español más puertorriqueño.
Pero cuando empezó a viajar, le ocurrieron dos cosas: uno, que a la distancia, como suele suceder, extrañó y apreció más a Puerto Rico y, dos, se percató de las muchas nociones erróneas sobre el país que hay en el extranjero.
Viene a su memoria, por ejemplo, cuando intentó explicarle a un alemán por qué los puertorriqueños, no siendo la isla un estado de Estados Unidos, viajan con pasaporte estadounidense. “Estar lejos de Puerto Rico, me hizo número uno, extrañarlo mucho, me hizo valorarlo más y me hizo querer conocer más. A veces yo hablaba con personas y no sabía qué responder. De momento sus dudas eran las mismas mías”, plantea.
Benito Antonio, que es producto de la escuela pública, reconoce que se graduó con enormes lagunas en la historia de Puerto Rico. Pero empezó a leer -se le ha visto públicamente con los libros "Guerra contra todos los puertorriqueños“, de Nelson Dennis, y "Puerto Rico: historia de una nación“, de Jorell Meléndez Badillo- a conversar con personas, a educarse sobre las partes de la historia de Puerto Rico que no se enseñan en la escuela y adquirir una perspectiva distinta sobre la historia boricua.
“Tengo familiares también que de momento yo no conocí historias de ellos en luchas por Puerto Rico y, de momento, ahora, a esta edad me entero”, sostiene.
Puerto Rico está en el centro de la propuesta artística de Bad Bunny, pero no de una manera abstracta o simbólica: sus canciones, su residencia, su prédica, están centradas en el tema del desplazamiento, el fenómeno mediante el cual se transforman comunidades de manera que superan los medios económicos de sus residentes originales. Bad Bunny dice que la inquietud por el tema le surgió también en conversaciones en el extranjero.
“Oh yeah, taxes...”
“Conocí unos millonarios y cuando les decía de dónde era, Puerto Rico, ellos decían, 'oh, great, taxes’. Yo me sentía como que, está cabrón, que yo diga Puerto Rico y este gringo lo primero que diga sea, 'oh, yeah, taxes’. Luego me entero de que esa persona no sabía nada de la situación política. Ni sabía que en Puerto Rico no se vota por el presidente (de Estados Unidos), por ejemplo. Y me di de como que, ok, si lo único que tú sabes de Puerto Rico es eso, tú eres de los que vas a allá a hacer fiesta. Ese tipo de cosas las viví mucho también y fue una de las cosas que también me inspiraron”, relata.
El desplazamiento parece ser el tema más cercano a su corazón. Es el tema central de "Lo que le pasó a Hawaii“, su canción de tempo lentísimo, con un melancólico güiro de fondo, en el que Bad Bunny, casi susurrando, hace planteamientos como ”quieren quitarme el río, y también la playa, quieren el barrio mío y que abuelita se vaya” y “no suelten la bandera ni olviden el lelolai, que no quiero que hagan contigo lo que le pasó a Hawaii”.
La canción, por pasar por el tema que más divide a los puertorriqueños, el status, ha sido bastante controversial. Benito Antonio dice que, estando fuera de Puerto Rico, en una isla del Caribe que no identificó, dormía cuando sus acompañantes, a eso de las 2:00 de la mañana, lo despertaron. Al intentar volver a dormir, le llegó la letra, que escribió en una aplicación de su teléfono y que es justo la misma que grabó después.
“La escribí y después dormí hasta las 12 del mediodía”, afirma.
El tema del desplazamiento es personal para Benito Antonio, sobre todo porque siente que, de no haberse convertido en Bad Bunny, muy probablemente habría sido su destino también (“si algún día me tocara, qué mucho me va a doler”, dice, en “Lo que le pasó a Hawaii”).
“Yo pienso no tan solo en la gente, sino en ese niño que era yo y que, a lo mejor, si no hubiera tenido la bendición de convertirse en lo que se convirtió, a lo mejor estuviera ‘joseando’ y se tuviera que haber ido… Yo me identifico, no por lo que soy ahora, como un artista reconocido, me identifico por Benito, el chamaquito que nació y se crió aquí que nunca se hubiera querido ir. Y yo sé que cada vez que yo hablo con alguien, nadie, nadie se quiere ir. Nadie se quiso ir de aquí”, agrega.
“Si yo estuviera allí, vamos a suponer, trabajando en cualquier trabajo de salario mínimo. Estaría a lo mejor en el barrio quejándome de lo que está pasando, que si esto, que si lo otro, poniendo algo en Facebook. Compartiendo noticias del periódico, estos charlatanes, mira lo que hacen con el país, maldita sea, siempre votando por los mismos y, pa, send. Tres comentarios, la tía mía popular, encojoná…”, reflexiona.
Se le recuerda que durante la campaña política pagó por vallas publicitarias con mensajes así, contra el Partido Nuevo Progresista (PNP) y, en menor medida, contra el Partido Popular Democrático (PPD). “Es lo mismo”, dice, “pero a otra escala”.
La tarima principal de la residencia simula una montaña, en medio de la cual hay una valla publicitaria en la que, antes de que empiecen los conciertos, se proyectan mensajes. Uno de los mensajes dice: “Yo te lo dije”. A la pregunta de “¿qué fue lo que tú dijiste?”, sonríe con picardía y responde: “Tú sabes lo que yo dije”.
Las vallas lo convirtieron en una de las figuras centrales de la campaña del 2024. Desde entonces, ha evitado hablar directamente del tema, aunque su álbum, que salió justo dos meses después de las elecciones, contiene pesados planteamientos políticos como pocas veces se han visto en música popular en Puerto Rico.
Desde esa perspectiva, Bad Bunny entiende el mensaje de “yo te lo dije” y, en el fondo, toda su propuesta. “Por algo soy artista, y por algo, mi mejor forma de expresarme, como yo digo lo que quiero decir y tengo la fuerza de decir lo que yo siento y quiera, es la música. Entonces, ahora mismo no quiero ser el más que esquiva preguntas, pero es que realmente el billboard de ‘yo te lo dije’, yo creo que lo puse para eso, para que la gente se pregunte qué fue lo que él dijo, qué yo he dicho”, sostiene.
En Puerto Rico, toda persona, fanática suya o no, sabe lo que Bad Bunny ha dicho.