El atroz asesinato de Gabriela Nicole Pratts Rosario, por el que se ha imputado a una menor de edad y a su madre, ha estremecido los cimientos de nuestra conciencia colectiva. La reacción inicial se transformó en una indignación comprensible, en un clamor de justicia urgente. No obstante, superada la efervescencia emocional, emerge una interrogante más profunda y compleja: ¿cómo debe responder la sociedad cuando una menor comete un acto tan brutal? ¿Debemos procesarla como adulta o preservarle la condición de menor independientemente de las circunstancias?
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